Si entendemos el feminismo como el principio de igualdad en todos los seres humanos, de momento es un ideal y existe todo un movimiento detrás de esta pretensión, que data de siglos y siglos de historia. Entendido esto como una serie de acciones en ámbitos culturales, económicos y sociales reivindicando la igualdad de derechos en todas las personas.
En la actualidad, se empieza a acelerar el ritmo en el que esta serie de movimientos visibilizan el problema que supone el machismo, como cúspide y tesoro del heteropatriarcado. Éste adjudica de forma automática lo que considera “normal” y lo más normal que hay para éste, en primer lugar, es ser hombre. En segundo lugar, ser heterosexual.
Para el sistema heteropatriarcal, el ser hombre heterosexual es lo más normal del mundo y, por lo tanto, lo más deseable. Dentro de este sistema, el hombre heterosexual subraya el hecho de que por la simple razón de nacer hombre –de nacer con un pene− se sitúa en una posición de poder y de control. Particularmente, cuando este hombre es heterosexual, refuerza y perpetúa el sistema heteropatriarcal. Como parte de este sistema, todas las personas que no cumplan con esas características quedan supeditadas al hombre heterosexual y han de estar a su servicio. Hecho que ocurre en mayor o menor medida, pero la jerarquía es la antes descrita.
Aunque la lucha del movimiento feminista lleva siglos, literalmente, hoy día parece que empieza a dársele más voz y más visibilidad. Su objetivo y razón de ser es conseguir que se reconozca que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, independientemente de su género, orientación sexual y sus características personales.
A pesar de que hoy día suene increíble, los derechos de igualdad se han conseguido merced a la reivindicación del movimiento feminista. Entre la lista de derechos conseguidos está el de la educación –que durante siglos y siglos estuvo prohibida para la mujer−. Tanto en México, como en España contamos con importantes ejemplos de mujeres que, a base de tretas, superaron esta barrera, como Sor Juana Inés de la Cruz. Hacerse monja era uno de los trucos para librarse del matrimonio.
Otro de los importantes derechos conseguidos es el de votar en las elecciones y el derecho al trabajo. Más adelante ha ganado el derecho al control reproductivo y al aborto –por lo menos, en algunos lugares del mundo−.
En España se ha empezado a impulsar el derecho a la paridad en puestos de responsabilidad. Así, por ejemplo, se pretende que haya el mismo número de hombres y mujeres en puestos de poder.
Obviamente, uno de los problemas que nos encontramos es que las personas que ejercen poder y control –por lo general, hombres− se niegan y se resisten sobremanera a cederlo. Son como niños pequeños acostumbrados a monopolizar los juguetes, a que las cosas se hagan como ellos desean y a su antojo.
La Iglesia Católica es un claro ejemplo de una organización en donde reina la supremacía masculina y en el que el rol de la mujer es de servidora. A día de hoy es impensable que el puesto de Papa –uno de los más poderosos del mundo− lo ocupe una mujer.
No sólo es la mujer quien sufre los estragos del machismo, sino también todas personas cuya orientación sexual no es heterosexual. Y de aquí la razón de ser de todo el movimiento LGTBI+.
Afortunadamente, cada vez hay más hombres heterosexuales que están dispuestos a ceder poder y control, ya que es la única forma en que conseguiremos la igualdad.