Hay relaciones de pareja en las que se producen conductas disfuncionales entre ambos miembros que pueden ser atribuibles a lo que conocemos como “relación tóxica” ‒peleas y reconciliaciones constantes, comunicación pobre, desprecio mutuo, reciprocidad negativa, manipulación emocional, chantaje, mentiras…‒. Es un maltrato psicológico constante que va destruyendo la relación, en el que ambas partes salen perdiendo.
¿Qué ocurre cuando esas conductas dañinas vienen dadas sólo por uno de los dos miembros de la pareja y el otro se limita a sufrirlas? ¿Es una relación tóxica más “light”, o acaso se esconde algo peor? Lo más probable es que se trate de una personalidad sociopática. En el lenguaje popular se confunde el término “psicópata” con sociópata, pero las personas profesionales de la psicología tenemos clara la diferencia. Un psicópata es una persona que tiene un daño orgánico que le imposibilita empatizar con otros y para llegar a sus fines es capaz de pasar por encima de quien sea. Un sociópata tiene un comportamiento similar, pero es totalmente aprendido, no por un defecto orgánico o fisiológico. Esto significa que el segundo es susceptible de cambio y el primero no puede cambiar.
Al pensar en un psicópata, lo concebimos con la idea del “criminal con perfil de asesino en serie y que puede o no estar en la cárcel.” Digamos que éste es un estereotipo y tampoco se toma en cuenta la diferencia que acabamos de explicar. Es muchísimo más probable encontrar sociópatas que psicópatas por mucho que la gente ignore la diferencia entre uno y otro.
La realidad es que convivimos con un gran número de sociópatas sin saberlo. Son personas con unos rasgos característicos que les permiten camuflarse a la perfección en la sociedad, ofreciendo una imagen totalmente distinta a cómo son verdaderamente. Pueden parecer bellísimas personas, ciudadanos ejemplares, y ostentar cargos importantes. De hecho, es esto lo habitual debido a la facilidad para encontrar personas de las que aprovecharse ‒es una característica fundamental‒. No obstante, tras esa fachada de alma cándida y piadosa se esconden rasgos potencialmente muy dañinos.
Por lo tanto, un sociópata es peligroso en todos los ámbitos nuestra vida ‒emocional, sexual, social, económico…‒, pero la experiencia puede mucho más terrible si resulta que nuestra pareja tiene un comportamiento sociopático.
La pareja llega a convertirse en nuestra prioridad. Es la persona con quien compartimos nuestra vida y, por ende, probablemente es nuestro apoyo principal. Precisamente por eso, la víctima puede llegar a ser tan vulnerable. El poder del “amor” que cree sentir hacia esa persona ‒mientras que, en realidad, lo único que quiere es aprovecharse de ella‒, para después abandonarla y buscar a su siguiente víctima. Las secuelas ‒sobre todo las emocionales‒ pueden ser devastadoras para la persona.
Aunque es algo que se puede superar con la ayuda adecuada, es mucho mejor tener la suficiente honestidad con nuestra persona para conseguir terminar los círculos tóxicos y viciosos. Es importante saber que, generalmente, hay algo que no termina de cuadrarnos, pero inconscientemente preferimos ignorarlo. Podemos protegernos de este tipo de personas mediante la honestidad con nuestra propia persona. Sólo así seremos capaces de detectar algunas de las señales que emiten y que nos alertarán del peligro. Según Piñuel ‒2015‒, algunos ejemplos de las señales pueden ser los siguientes:
Enseguida te considera su “alma gemela”. Su táctica es mostrarse según lo que percibe que buscas. Así, puede ser el perfecto oyente mientras absorbe todo lo que dices para después reproducírtelo y que creas que, casualmente hay una enorme compatibilidad.
Te colma de amor al inicio. Se desvive por ti al principio mediante todo tipo de atenciones ‒sexo, regalos, mensajes, citas, halagos‒. Consigue entrar rápidamente en tu círculo social, ganándose tu plena confianza.
Carece totalmente de empatía. No es la imagen que ofrece, pero, en el fondo, es una persona que no se inmuta ante el sufrimiento ajeno, incluido el tuyo. Si te hace daño de alguna manera le da exactamente igual, aunque no lo muestre.
Domina la farsa emocional. Si necesita manipularte para conseguir algún fin, no se corta y representa el papel de «persona con sentimientos». No obstante, su lenguaje corporal no es coherente con el verbal.
Puede aburrirse de las cosas con mucha facilidad. No les duran mucho tiempo los trabajos, los hobbies, e incluso las parejas.
Miente más de lo que imaginabas. La cantidad de mentiras que es capaz de decir y de inventar es ilimitada. Siempre sin ningún remordimiento.
Es una sanguijuela. Se aprovecha de quien se lo permite en todos los aspectos ‒emocional, social, profesional y económico‒. Sólo tú pareces aportar a la relación, mientras que su inversión es mucho menor, en realidad.
Muestra poca responsabilidad. Manipula la situación para que parezca que la responsabilidad ‒sobre todo de lo negativo‒ en realidad es tuya, llegando incluso a «perdonarte» por ello.
Victimismo exacerbado. Se presenta como víctima de sus ex parejas y, cuando se cansa de ti y comienza a devaluarte.
Sólo tú pareces ver quién es en realidad: Es un encanto y una maravilla de cara a los demás, pero con el tiempo descubres su verdadera personalidad dañina. Llegas incluso a dudar de tus propias percepciones sobre tu pareja porque pareces ser la única persona que lo piensa, alargando así la relación.
¿Y tú, conoces alguna persona con estos rasgos? ¿Has pasado por algo así o conoces alguna relación de este tipo?
Autora: Alba Muñoz Fernández (Psicóloga y sexóloga)
Edición literaria: Dr. Xud Zubieta-Méndez
Créditos de la imagen: Maria Ciocnadi y Emedièfeme
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