Preliminares Sexuales

¿Existen los preliminares en el sexo? ¿Por qué nos empeñamos en llamarles “preliminares”? ¿Por qué no se les da tanta importancia como al coito? Lamentablemente, hay suficiente evidencia que confirma que la concepción de las relaciones sexuales sigue siendo demasiado “coitocéntrica”. Es decir, que muchas veces el sexo se centra casi por completo en el coito. La mente popular acaba centrando su atención en el “falo” del hombre, pese a ser un recurso más en el sexo.

Para muchas personas, desgraciadamente, el concepto de sexo está asociado directamente con el coito. Sin coito, no se considera sexo. ¿Y cuando tienes sexo oral, amiga? Pues eso… Se concede tanto valor a la penetración, que todo lo demás pasa a un plano secundario (o preliminar, qué casualidad). Es como cuando para cocinar se pide que se “precaliente” el horno, cuando realmente estás tratando de calentarlo para utilizarlo. Que el horno esté caliente implica un proceso por sí mismo, cuya importancia radica en conseguir que la temperatura alcance un punto óptimo. El proceso es importante en su totalidad y no sólo parcialmente. Si seguimos a Rosemary Basson, al hablar de la respuesta sexual femenina, las mujeres que “precalientan el horno” presentan mayores indicios de excitación, como puede ser una mayor lubricación y congestión genital. Es decir, a partir de la construcción de un contexto erótico y sexual, la mujer puede aumentar sus niveles de excitación y por consecuencia el placer. ¿Puede que éste sea el secreto del placer femenino?

Uno de los mensajes que intentamos comunicar continuamente es que en las relaciones sexuales, cada movimiento, cada caricia, cada beso, cada rol, cada experiencia, cada fetiche, cada deseo… es de suma relevancia.

Tampoco se trata de restar importancia a la penetración y al orgasmo. No obstante, si éstos quedan aislados del resto del conjunto, las relaciones dejan de tener la misma calidad, quedando así unas relaciones empobrecidas. Ésta es la triste realidad de muchas personas y el caldo de cultivo para los problemas sexuales. En pareja, la monotonía es un ejemplo del empobrecimiento en las relaciones.

¿Qué ocurre cuando en las relaciones sexuales lo único que hay es el coito? En primer lugar, que la gente infravalora el placer del resto de actividades que rodean el coito (tanto antes, como después del mismo). Se pierden una buena parte del placer y muestran una falta de entendimiento con respecto al contacto sexual. Esto es lo suficientemente grave como para cuestionar la situación. En segundo lugar, se pone tanto peso en el coito, que llega a resultar estresante y, en ocasiones, esta presión genera ciertas disfunciones sexuales, como por ejemplo vaginismo en las mujeres o eyaculación precoz en hombres.

Entonces, ¿en qué momento empieza el sexo y cuándo termina? ¿Te va el coitocentrismo? ¿Además del coito, qué te gusta en las relaciones sexuales?

Autora: Lucía Muñoz Soler (Psicóloga y Sexóloga)

¿Quién quiere ser virgen?

Se entiende por “virginidad” el “hecho de no haber mantenido relaciones sexuales nunca”, entendiéndose por “relaciones sexuales” el “haber practicado el coito o la penetración”.

Esta idea, muy asentada en la sociedad, ha sido uno de los mitos más perniciosos para la humanidad y, en concreto, para las mujeres. Ellas han tenido que velar siempre por su virginidad, como si de un tesoro se tratase. Además, teniendo que estar siempre muy seguras de a quién se lo entregaban, como si fuese algo prestado que tuvieran que cuidar… que, lejos de ser una bendición, se convertía en una pesada mochila. La virginidad ha sido motivo de disputas, de guerras, de violencia e incluso de negocios. Sin embargo, para los hombres la virginidad era un lastre, una vergüenza que ocultar. Y, claro, no era un regalo que dar, sino una terrible prueba de falta de hombría y de orgullo de la que deshacerse cuanto antes. Ellos conquistaban templos, y ellas eran las guardianas del “tesoro de la virginidad”.

Aunque en materia de sexualidad se ha avanzado mucho, sobre todo a partir de los años 70 ‒donde se oía aquello de “la virginidad es una enfermedad, ¡vacúnate!”‒, en los últimos años, no hemos hecho otra cosa sino retroceder. Hemos ido hacia atrás, volviendo a unos ideales sexuales carentes de una justificación lógica. No obstante, se trata de hechos que simplemente están ahí, como por ejemplo el que en esta última década hayan aumentado las reconstrucciones de himen.

Puede que encontremos sentido si pensamos en subculturas que aún presionan a las mujeres para llegar vírgenes al matrimonio, pero se estima que un 20% de las pacientes lo hace sin motivo o presión externa aparente.

Aunque cada una tiene sus motivos, que 2 de cada 10 mujeres decidan someterse a una operación para reconstruir una zona de su cuerpo que no tiene ninguna función biológicamente hablando, debe llevarnos a pensar qué está ocurriendo exactamente en una sociedad supuestamente tan avanzada.

Es que, si se piensa detenidamente, nuestra sociedad tiene cada vez un cariz más infantil hacia las mujeres y hacia la sexualidad de éstas. En un mundo donde las mujeres tienen –o deberían tener– una percepción y derechos propios en la sexualidad, se sigue buscando que controlen sus impulsos sexuales. Todavía se les presiona para que sigan siendo las guardianas del templo y, puesto que es muy difícil decir que no a la tentación, ya está la cirugía para solucionarlo.

Sin lugar a duda, la virginidad, más que nada, es un concepto inventado, que necesita ser cuestionado y desmontado. Es importante mostrar que no es un término inocente, sino que más allá de eso, contiene creencias erróneas, juicios morales de valor, prejuicios y malentendidos. Éstos afectan de manera negativa a todos los individuos de la sociedad, pero en especial a las mujeres, quienes son, además, las responsables de una membrana que supuestamente tiene el poder de decidir sobre el valor de una mujer.

Así mismo, el himen ni si quiera es un testigo fiable. Recordemos que es una membrana que en cada mujer es distinta, que puede romperse con mayor o menor facilidad. Por ejemplo, hay mujeres que han nacido sin himen o que se les ha roto practicando deporte, o que incluso no se ha roto después de mantener relaciones sexuales, por lo tanto, es una medida nada fiable para un constructo inútil.

Siempre nos han enseñado que la primera vez tiene que doler, que se sangra, pero eso no debe ser así. Para empezar, la primera vez que mantengamos relaciones sexuales no tienen por qué incluir penetración, y por supuesto no tienen por qué doler. La clave es encontrarse en un estado de relajación, confianza y eliminando el falso mito de que todo tiene que ser perfecto y, sobre todo, siendo conocedores o conocedoras de nuestro cuerpo. Además, se ha visto que en la niñez hay comportamientos dentro del propio juego que acaban con la exploración sexual, tanto propia como de sus iguales. Por lo tanto, ¿eso sería “la primera vez”? Quizá, deberíamos entender que no hay una primera vez y que la sexualidad nos acompaña desde el primer minuto de nuestra vida. Que todo es un continuo que forma parte de nosotros y nosotras.

Y si acaso hablásemos de la primera vez que vamos a mantener relaciones sexuales, hablaríamos de sentirnos a gusto con la otra u otras personas con las que vaya a ocurrir. Hablaríamos de eliminar tensiones y creencias ilógicas implantadas por la sociedad, pensando en el aquí y ahora del disfrute. Es esto exactamente cómo deben ocurrir, no la primera, sino todas las relaciones sexuales que mantengas a lo largo de tu vida.

¿Estás de acuerdo con esto? ¿Recuerdas tu primera experiencia sexual? ¿Lo pasaste mal? ¿Cuáles eran tus expectativas? ¿Se cumplieron? ¿Qué se te pasaba por la cabeza? ¿Te dolió? ¿Sangraste? ¿Te harías una vaginoplastia (cirugía del himen)? ¿Qué opinas de que al hombre no se le presione para mantenerse casto antes del matrimonio?

Autora: Emma Pereira Pérez (Psicóloga y Sexóloga)