¿Quién quiere ser virgen?

Se entiende por “virginidad” el “hecho de no haber mantenido relaciones sexuales nunca”, entendiéndose por “relaciones sexuales” el “haber practicado el coito o la penetración”.

Esta idea, muy asentada en la sociedad, ha sido uno de los mitos más perniciosos para la humanidad y, en concreto, para las mujeres. Ellas han tenido que velar siempre por su virginidad, como si de un tesoro se tratase. Además, teniendo que estar siempre muy seguras de a quién se lo entregaban, como si fuese algo prestado que tuvieran que cuidar… que, lejos de ser una bendición, se convertía en una pesada mochila. La virginidad ha sido motivo de disputas, de guerras, de violencia e incluso de negocios. Sin embargo, para los hombres la virginidad era un lastre, una vergüenza que ocultar. Y, claro, no era un regalo que dar, sino una terrible prueba de falta de hombría y de orgullo de la que deshacerse cuanto antes. Ellos conquistaban templos, y ellas eran las guardianas del “tesoro de la virginidad”.

Aunque en materia de sexualidad se ha avanzado mucho, sobre todo a partir de los años 70 ‒donde se oía aquello de “la virginidad es una enfermedad, ¡vacúnate!”‒, en los últimos años, no hemos hecho otra cosa sino retroceder. Hemos ido hacia atrás, volviendo a unos ideales sexuales carentes de una justificación lógica. No obstante, se trata de hechos que simplemente están ahí, como por ejemplo el que en esta última década hayan aumentado las reconstrucciones de himen.

Puede que encontremos sentido si pensamos en subculturas que aún presionan a las mujeres para llegar vírgenes al matrimonio, pero se estima que un 20% de las pacientes lo hace sin motivo o presión externa aparente.

Aunque cada una tiene sus motivos, que 2 de cada 10 mujeres decidan someterse a una operación para reconstruir una zona de su cuerpo que no tiene ninguna función biológicamente hablando, debe llevarnos a pensar qué está ocurriendo exactamente en una sociedad supuestamente tan avanzada.

Es que, si se piensa detenidamente, nuestra sociedad tiene cada vez un cariz más infantil hacia las mujeres y hacia la sexualidad de éstas. En un mundo donde las mujeres tienen –o deberían tener– una percepción y derechos propios en la sexualidad, se sigue buscando que controlen sus impulsos sexuales. Todavía se les presiona para que sigan siendo las guardianas del templo y, puesto que es muy difícil decir que no a la tentación, ya está la cirugía para solucionarlo.

Sin lugar a duda, la virginidad, más que nada, es un concepto inventado, que necesita ser cuestionado y desmontado. Es importante mostrar que no es un término inocente, sino que más allá de eso, contiene creencias erróneas, juicios morales de valor, prejuicios y malentendidos. Éstos afectan de manera negativa a todos los individuos de la sociedad, pero en especial a las mujeres, quienes son, además, las responsables de una membrana que supuestamente tiene el poder de decidir sobre el valor de una mujer.

Así mismo, el himen ni si quiera es un testigo fiable. Recordemos que es una membrana que en cada mujer es distinta, que puede romperse con mayor o menor facilidad. Por ejemplo, hay mujeres que han nacido sin himen o que se les ha roto practicando deporte, o que incluso no se ha roto después de mantener relaciones sexuales, por lo tanto, es una medida nada fiable para un constructo inútil.

Siempre nos han enseñado que la primera vez tiene que doler, que se sangra, pero eso no debe ser así. Para empezar, la primera vez que mantengamos relaciones sexuales no tienen por qué incluir penetración, y por supuesto no tienen por qué doler. La clave es encontrarse en un estado de relajación, confianza y eliminando el falso mito de que todo tiene que ser perfecto y, sobre todo, siendo conocedores o conocedoras de nuestro cuerpo. Además, se ha visto que en la niñez hay comportamientos dentro del propio juego que acaban con la exploración sexual, tanto propia como de sus iguales. Por lo tanto, ¿eso sería “la primera vez”? Quizá, deberíamos entender que no hay una primera vez y que la sexualidad nos acompaña desde el primer minuto de nuestra vida. Que todo es un continuo que forma parte de nosotros y nosotras.

Y si acaso hablásemos de la primera vez que vamos a mantener relaciones sexuales, hablaríamos de sentirnos a gusto con la otra u otras personas con las que vaya a ocurrir. Hablaríamos de eliminar tensiones y creencias ilógicas implantadas por la sociedad, pensando en el aquí y ahora del disfrute. Es esto exactamente cómo deben ocurrir, no la primera, sino todas las relaciones sexuales que mantengas a lo largo de tu vida.

¿Estás de acuerdo con esto? ¿Recuerdas tu primera experiencia sexual? ¿Lo pasaste mal? ¿Cuáles eran tus expectativas? ¿Se cumplieron? ¿Qué se te pasaba por la cabeza? ¿Te dolió? ¿Sangraste? ¿Te harías una vaginoplastia (cirugía del himen)? ¿Qué opinas de que al hombre no se le presione para mantenerse casto antes del matrimonio?

Autora: Emma Pereira Pérez (Psicóloga y Sexóloga)

Actitudes falocráticas

Las actitudes falocráticas se transmiten de generación en generación. Así consiguen que la gran tendencia para el varón sea centrar una buena parte de su atención en el placer de sus genitales. Ya sea de una forma física o simbólica.

La mayoría de los hombres son coitocéntricos. Es decir, en el ámbito de las relaciones sexuales suelen suelen insistir en que para sentirse satisfechos han de realizar el coito. Una parte de la razón de ello es que para la cultura falocrática, imperante desde tiempos inmenoriales, el coito ha sido algo fundamental.

En términos simbólicos, son y han sido por lo general los hombres quienes conceden especial importancia al tamaño del miembro ―tanto heterosexuales como homosexuales―. Como si el tamaño fuese determinante a la hora de dar y recibir placer en las relaciones sexuales. Las mujeres parecen más despreocupadas por ello. El hombre tiende a compararse en este sentido. No sólo eso, sino que además esta idea impregna el imaginario popular y la conciencia colectiva de la gente (hombres y mujeres) y en éstas tiene que haber un ganador: quien domina y resulta el vencedor, creándose una dinámica de «amo y esclava» más comúnmente.

Aunque se ha hablado mucho de la relación proporcional que puede haber entre distintas partes del cuerpo ―como los pies…― y el tamaño del pene, la verdad es que la evidencia no es concluyente. También se asocia el tamaño del miembro con las razas. Según recientes encuestas, el caucásico es el que está primero en la lista en cuanto a su tamaño. Mientras que los anglosajones se llevan la guinda en Europa. De hecho, fue en el Reino Unido donde se empezaron a fabricar preservativos de mayor tamaño para acomodarse a las necesidades de los británicos. Los hombres de raza africana suelen tener los penes más grandes en estado flácido. Y, como muchas personas saben, un pene de tamaño medio en España va de los 13 a los 15 centímetros. Un pene grande es considerado aquel por encima de dichas medidas, y uno muy grande está por encima de los 19 centímetros.

Otra cosa es que el varón tengo un micropene, lo cual sí puede ser un óbice para el coito. Lo curioso es que siempre que se habla del tamaño del pene se menciona el largo más que el grosor. Cuando en realidad, el grosor puede tener más importancia a la hora de la penetración ―tanto vaginal como anal―. Mientras que el largo del pene no tiene por qué introducirse por completo, cuando hay un gran grosor puede resultar muy difícil la penetración. Pueden producirse desgarros o lesiones. El largo no conlleva esos problemas. Conocimos el caso de un paciente con un miembro cuyas dimensiones requerían preservativos de tamaño especial, difícil de conseguir en cualquier farmacia o sexshop. El caso es que eso le llevó a tener coito sin protección, hasta el punto que no podía hacerlo de otra manera. Llegó a consulta preocupado porque empezó a ser consciente de los peligros que el sexo sin protección supone.

Sabemos que “el falo” ha estado provisto de cualidades, reales, imaginarias y muchas veces desproporcionadas. Es símbolo de fertilidad, potencia, virilidad, fuerza… Las repercusiones de esto han sido siempre en pos del enaltecimiento machista, por un lado, y, por el otro, la presión por demostrar a cualquier costo dicha virilidad. Tales presiones son tan fuertes en algunos hombres que sufren una gran angustia, al grado de llegar a tener dificultades eréctiles, e incluso eyaculación precoz, por nerviosismo en muchos casos. El problema es que a menudo se apresuran a pensar que tienen un serio problema y entran en un círculo vicioso.

Como dato curioso, entre los penes más grandes documentados están en particular los del actor porno John Holmes de 35 centímetros, y el de Long Dong Silver, quien contaba con un miembro de 45 centímetros en estado flácido. Asimismo, dos de cada mil hombres se pueden realizar una felación  a sí mismos.

¿Consideras que el tamaño del pene es determinante para el placer en las relaciones sexuales? Como hombre, ¿te sientes a gusto con el tamaño de tu miembro? Como mujer, ¿qué importancia concedes al tamaño del pene?